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Qué bueno es hablar

La colaboradora de Banc Sabadell Vida Inga Kayro Malenko habla ucraniano, ruso, español e inglés, por lo que está usando sus habilidades lingüísticas para ayudar a la comunidad ucraniano-rusa refugiada en la ciudad a la que llama hogar desde hace más de 20 años: Barcelona.

Por Tim McMahon

“Cuando estalló la guerra, fue algo muy personal para mí. Soy de Ucrania y, aunque ahora vivo en España, tengo muchas amistades y familiares que aún viven en mi país, así que quería hacer algo para ayudar”.

Conoce a Inga Kayro Malenko, HR Business Partner de Banc Sabadell Vida, la joint venture entre Banco Sabadell y Zurich en Barcelona. Lleva más de 20 años viviendo en España, está casada y tiene dos hijas pequeñas, y cuando no está compaginando las exigencias de su carrera y de su vida familiar, saca tiempo para hacer algo que marque una diferencia real para las personas afectadas por el conflicto en su país.

“Soy intérprete”, dice con orgullo.

Superar la barrera del idioma

España ha acogido a muchas personas refugiadas desde que estalló el conflicto en Ucrania: más de 110.000, según declaraciones del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, durante una visita a un centro de personas refugiadas de Barcelona en abril de 2022. Y, como le ocurre a cualquier persona en un nuevo país, uno de los mayores retos a los que se enfrentan es el idioma.

“Las comunidades ucraniano-rusas y españolas no suelen hablar el idioma de las otras”, explica Inga. “Puedes encontrar a alguien que hable inglés, pero en general la comunicación entre ambas es un reto. Yo hablo ucraniano, ruso, español e inglés, así que para mí estaba claro que podía generar un mayor impacto proporcionando ayuda en la traducción”.

Su organización local de la Cruz Roja le dio la oportunidad que buscaba. “Les envié un correo electrónico y al día siguiente me respondieron diciendo: ‘Por favor, ven a ayudar’”.

Una mano amiga

Con una familia joven y trabajo a tiempo completo, el primer reto para Inga fue encontrar un momento en el que pudiera colaborar. “Por suerte, mi jefa me ha apoyado mucho”, dice Inga. “Cuando le dije a mi jefa que quería hacer esto, me dijo: ‘Hazlo y ya resolveremos el resto’. Desde entonces, he podido usar los días de voluntariado para pasar medio día con la Cruz Roja aproximadamente una vez a la semana.

Así, Inga va con el equipo de la Cruz Roja a reunirse con las personas refugiadas que viven en los hoteles de la zona.

“Las primeras veces que fui, respondí a preguntas de todo tipo: ‘¿Tengo acceso a medicinas? ¿Puedo trabajar? ¿Dónde puedo conseguir cosas para mi bebé? ¿Mis peques pueden ir al colegio? ¿Dónde podemos vivir? ¿Hay algún curso de idiomas? ¿Puedo usar el transporte público?’… La gente tenía muchas preguntas y creo que apreciaban mucho tener a alguien con quien hablar en su propio idioma”.

“La tercera vez que fui, ya estaba todo más estructurado”, continúa Inga. “Nos dividimos en diferentes equipos para ayudar a la gente en distintos temas. El objetivo de mi grupo era ayudarles a inscribirse en los programas oficiales españoles de protección de personas refugiadas. Junto con un abogado y otra persona que respondía a las preguntas sobre los programas, trabajamos con la gente para rellenar el papeleo, recopilando datos sobre cosas como de dónde eran, cómo llegaron a España, su familia, sus habilidades, lo que querían hacer en el futuro, etc. De este modo, podíamos ayudar a la gente a entrar en el sistema español y a dar pasos hacia una nueva vida”.

Esperanza para el futuro

Al conocer a la gente, Inga ha escuchado muchas historias. “Obviamente, cada persona tiene una experiencia ligeramente diferente, pero hay algunos aspectos que son comunes en la mayoría de las personas que conoces”, dice Inga. “Todas las personas a las que he conocido quieren trabajar y la gran mayoría tiene estudios universitarios. Pero son conscientes de que es poco probable que consigan trabajo en su especialidad, así que están abiertas a hacer cualquier cosa”.

“Reconocen que el idioma es una barrera, así que están tomando medidas para aprender español a través de cursos y de formaciones online. Pero esto lleva tiempo, sobre todo cuando la gente se encuentra generalmente dentro de comunidades de habla ucraniana y rusa y no suele tener la oportunidad de practicar”.

“Por supuesto, todas las personas con las que hablas están agradecidas de que España les haya abierto las puertas”, comparte Inga. “Esperan con impaciencia el día en que sea seguro volver a sus vidas en Ucrania, pero hasta que llegue ese día, están muy interesadas en hacer todo lo posible para integrarse en España”.

Al decir esto, a Inga se le cruza un pensamiento que le arranca una sonrisa. “Hoy, por ejemplo, había una familia que estaba muy emocionada porque sus hijos acababan de tener su primer día de cole en España. Estaban increíblemente contentos y no paraban de decirme lo mucho que habían disfrutado. Por supuesto, los niños no pueden entender nada en este momento, pero el profesorado y los compañeros y compañeras de clase fueron muy abiertos y amables con ellos y se esforzaron mucho por involucrarlos en las lecciones y los experimentos que estaban haciendo. El sistema es muy diferente al de Ucrania, así que para ellos fue interesante verlo”.

“Es genial cuando conoces a una familia que tiene una historia feliz que contar. Esperemos que con el tiempo veamos cómo vuelven las sonrisas a los rostros de la gente”.

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